Clarissa Pinkola Estés dice que “el cuento no es simplemente un cuento. En su sentido más innato y
apropiado, es la vida de alguien”. Y es así. En este caso, es la de
Toribio, una persona que vive en un pueblo de Bolivia, llamado Gutiérrez, en el
departamento de Santa Cruz.
Desde ya, el nombre Toribio tiene una sonoridad, y una
escritura, que lo asemeja a un toro. Y eso, a un minotauro. Toribio, podría ser
orador, escritor, actor, pintor o músico, por su personalidad, pero no es nada
de esas cosas. Es una persona solitaria. Duerme allí en ese lugar que ocupó,
casi una gentileza de una reconocida Escuela de Salud Pública del Chaco
boliviano llamada Tekove Katu, vida plena en la lengua guaraní. En esa casita
construida para los huéspedes de la escuela, vive Toribio. Se lo ve poco,
cuentan quienes lo conocieron. Igual, es una incógnita su vida: nadie sabe
exactamente que sucede con él; algunos dicen que tiene una deficiencia mental. Otros,
de que trabajaba en el hospital. Solo algunas
veces se lo ve cortando leña en el patio de la casa, o sentado tras una ventana
con mosquitero y sin vidrio. Su mayor contacto con la escuela, es con la
cocinera del medio día, quien a veces da un abundante plato de comida. En los
días más lúcido, dicen se lo puede ver platicando con los estudiantes sobre reciclado
y energías renovables.
Todos llevamos un
Toribio dentro
Lo paradigmático en Toribio es que en las noches de mayor luna —que podrían ser cuatro—, él se
pierde. Con su cojera, sale a caminar y nadie sabe dónde se encuentra. Por lo
general habla poco, pero esos días no habla con nadie, no se relaciona. Es
decir, Toribio se vuelve a su estado más salvaje. Y no se lo dice en forma
peyorativa, sino más bien lo salvaje como un estado entre los racional y lo
irracional. En ese sentido, nos invita a pensar, ¿qué sucede en la vida de un
hombre en los días de luna llena, cuando nuestras emociones crecen y son más
ruidosas como las mareas? Y, al mismo tiempo, que puede llegar a ilustrar un
ejemplo como éste. En mi entender, lo que irradia la historia de Toribio es la
situación en un hombre desbordado por las emociones y sin la capacidad de racionalizar
lo que le sucede con él con su propia vida emocional, afectiva, creativa,
social, en suma, sus vivencias. Y, como dice la autora citada, “cuando utilizamos los cuentos manejamos una
energía arquetípica que podríamos describir metafóricamente como una
electricidad. Esta corriente eléctrica puede animar o ilustrar”, y algo de
eso pasa con la historia de Toribio.
Lo que no se
estructura en relato, se pierde
Corroborando lo que afirma la autora de “Mujeres que corren con los lobos”, la
historia de Toribio es más que un “contemplar
la realidad que vives (…) la clase de cuentos que se encuentran ahí no pueden
proceder jamás de los libros. Proceden de relatos de testigos directos”, es
por eso que agradezco a Lucio y Julia, quienes fueron “la semilla” del cuento, pues estuvieron en esa escuela para
contarlo. Con cuentos de éste tipo, con un numen, es decir, con la capacidad de
reflexionar a partir de una intuición, las personas “puede ser portadora de una auténtica medicina”, como dice Clarissa
Pinkola Estés.
Por consiguiente, al traer este relato de vivencia, me
encuentro ante un “eterno legado
narrativo”, y no simplemente eso. Me encuentro en un salto que no es al
vacío, sino en búsqueda espiritual de esto que llamamos las nuevas
masculinidades. Para no joder a nadie en
esos días. Es por eso que, a decir de la Pinkola Estés, “el cuento no se puede
“estudiar”. Se aprende por medio de asimilación, viviendo cerca de él con los
que los conocen, lo viven y lo enseñan, mucho más en las tareas de las vidas
cotidianas que en los momentos visibles formales”, puesto que, justamente,
Toribio no está al alcance de todos a simple vista. Generalmente, “a veces se tarda mucho tiempo en contar los antecedentes del cuento
antes de dar comienzo al cuento propiamente dicho”, quizás justamente
porque no es un cuento. Es una historia real que para nosotros es arquetípica.
¿Y quiénes nosotros? Los que podemos
ver que esta historia contiene un contenido psíquico tanto colectivo como
personal. Un “arte curativo”, una “medicina del cuento que pueden aplicar”.
Claro que depende, como dice Clarissa, “de
la cantidad del yo que dicha persona esté dispuesta a sacrificar y a poner en
él (…) es algo así como “entrar en un infierno no creado por nosotros mismos” y
regresar de él puramente purificado,
totalmente centrados y entregados”, para poder compartirlo.