A 115 años de su natalicio: Gaspar L. Benavento, el poeta grandemente industrioso

Archivo general de la Nación
Eliano Claudio, en “Historia de los Animales”, dice que la araña es tan grandemente industriosa que ni los más diestros, expertos en trabajar delicadamente el tejido, pueden compararse con ella, y es cierto. Sin embargo, se podría contrastar el comportamiento de una araña con la tarea de este escritor. Es decir, “Gaspar L. Benavento une la ciudad y el campo”, como dijo Carlos Sforza. Entonces, vale la metáfora para dar sustento a la comparación, y desde allí recorrer los hilos que tejió Gaspar L. Benavento. 

Su trama
Gaspar Lucilo, el panteísta, como lo denomina Sforza, vino el Día de Reyes. Fue el quinto hijo de los once que tuvieron Rafael Antonio Benavento y Ramona Gonzales. Nació el 6 de enero de 1902, en  Victoria, Entre Ríos. En esa ribereña ciudad, realizó sus estudios primarios y fragmento del secundario, pues fue expulsado antes de concluir. El motivo: subió al mástil de la Escuela Normal y vociferó una proclama en saludo a la Revolución Rusa. Posteriormente, viajó y vivió en Alberdi, zona aledaña a Paraná, donde se recibió en la Promoción 1918 de Maestro Normal Rural. Ya con el título, trabajó un breve tiempo en su provincia, precisamente en Nogoyá y, posteriormente, en Bs. As. En 1922 fue designado Director de una escuela en Gorro Frigio, provincia de Chubut, y ese mismo año contrajo matrimonio. Entonces, viajó al Sur de Argentina con su esposa  y uno de los tres hijos: Gaspar Lindor, Arnol Iranzio y Herman Rafael. Allí siguió hasta 1926, año en que fue trasladado a otra provincia: Chaco, donde permaneció hasta 1939. Finalmente, a principio de 1940, fue reubicado en Capital Federal, adonde se jubiló como Subinspector General de Provincias, y donde permaneció en vida hasta el 20 de abril de 1963.

Según familiares, aquí tiene 17 años.


Gaspar L. Benavento creó instituciones educativas y medios de comunicación. Ejerció en la docencia y en el periodismo impreso y radial. Además, publicó numerosas piezas en prosa, narrativa y dramaturgia. Se han levantado bustos en su nombre, calles y escuelas. Hoy, aún con dos de sus hijos con vida; junto a nietos, bisnietos y amigos, han ayudado a conservar su obra tejida. De hecho, como autor, figura en el Archivo General de la Nación. 

Entre sus trabajos editados, tenemos los poemarios “Sol de amanecer (1926)””; “Tierra maldita (1929)”, “Ciudad de Vera de las Siete Corrientes (1934)”; “Madre (1940)”; “La de las siete colinas (1946)”; “Entre Ríos, tierra de horneros (1949)”; “Jujuy, rosada de airampos (1952)”; “La patria está en el campo (1958)”; “Soledad  pensativa (1960)”. 
En cuanto a libros de cuentos, ensayos, obras de teatro y textos escolares, disfrutamos de “Leyendas guaraníes y otras leyendas (1961)”; “El guaraní en Entre Ríos (1962)”; “Las sombras tienen luz (1967)” y “Títeres del mundo nuestro (1955)”; “Albricias (1942)”; “Martín Pescador (1968)” y “Afán y Fe (1968)”, entre otras producciones inéditas
De esta manera, se podría afirmar que existe un archivo de la obra benaventeana. Por consiguiente, hoy se puede inferir en las técnicas, los motivos, las variaciones, en suma, en el método de creación literaria adoptado por Gaspar L. Benavento.

in su trama
Uno de los atributos de la araña es que genera la tela desde su interior, y esa es una característica que coincide con la tarea de Benavento; sus poemas parten de una experiencia visceral, de una aptitud consciente en lo que habita. Ideó una trama que para el lector es red. Proporcionalmente, los hilos de la araña son cinco veces más resistentes que el acero y tres veces más que las fibras artificiales de nylon; resistencia que también se asemeja a la obra de Gaspar L., pues ha perdurado a pesar de lo trascurrido en el espacio/tiempo. A decir de Carlos Sforza, “Benavento enhebra los versos con cosas (paisaje), seres (mojarritas), sentimientos (horizontes de cariño), y el porvenir que es oteado desde cada ser (horizonte malva)”; lo cual lo pone a la altura de la diosa Érgane, reconocida por inventar el arte de tejer y por ser instructora de la humanidad.  

De todas maneras, cualquier concepto que intente dar una etiqueta a la obra de Gaspar L. Benavento, antes tiene que ser interrogada por sus pretensiones y por su origen. Pues, por ejemplo, hablar de “poesía regional” o de “espíritu paisajista”, no corre el peligro de minimizar y poner un límite, desde un centro firme que es impreciso, en tanto que: ¿quién define la poesía regionalista?, ¿qué, supuestamente, describe lo paisajístico? Interrogantes que, de todas maneras, no alcanzan para indagar todos los hilos que se desprenden del vientre de éste. Sin dudas, su industriosa tarea, constituye un hecho literario.

Busco, ubicado en la costanera de Victoria.
Dice: "Quiero dormir aquí, junto a mi río"
Benavento, como se ha dicho en el prólogo de la “Antología esencial de la poesía entrerriana”, crea desde su comienzo su propia melodía. Canta, según Sforza en “Gaspar L. Benavento y su canto a Victoria”. Ahora bien, hay una diferencia entre canto y poesía: el canto está supeditado a unas formas establecidas, y la poesía, muchas veces, no. Ésta, si se asemeja al canto es gracia de la disposición rítmica que pueden generar las palabras ubicadas, en éste caso, en endecasílabos al pronunciarlas. Así mismo, el canto no tiene como objeto la finalidad de comunicar y, en cambio, la poesía sí. Un poema es comunicación, es  un diálogo con la existencia de las cosas, con la existencia de ellas mismas, y su propio ser. Los motivos literarios en Benavento son plurales y constituyen objetos de investigación sobre los cuales él se expresa. Son muestreos que constituyen un conocimiento sobre nuestros valores, estados anímicos y, como dice Sforza, sobre “las presencias metidas dentro de sí mismo”. No hay una simple descripción y/o enumeración de las cosas que lo rodean, sino más bien una co-construcción de lo que podemos ser como sujetos naturales y sociales.
La metáfora de la araña para describir la tarea de Gaspar L. Benavento, viene a cuento de que él tejió la trama de su propia vida. Su mundo, era su vida; y su vida, el mundo. 

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